Los términos desertización
y desertificación suelen prestarse a confusión.
Se denomina desertización al proceso de
degradación ecológica, por el que el suelo se hace improductivo, pierde sus
propiedades y provoca la aparición de condiciones desérticas.
Está inducida por
factores climáticos y produce un aumento de la aridez del medio y una
disminución en la fertilidad del suelo, que contribuyen a la ruptura del
ecosistema inicial.
Se denomina desertificación al proceso de
degradación de los suelos resultante, entre otras causas, de las actividades
humanas.
Debe
destacarse que el término desertificación se utiliza cuando en el proceso de
degradación es fundamental la intervención del hombre.
Las
actividades humanas más importantes que aceleran la aparición de condiciones
desérticas son:
v Sobrepastoreo:
una
cantidad excesiva de ganado deteriora el suelo.
v Degradación
química: lluvia
ácida, salinización, alcalinización, etcétera.
v Actividades
agrarias inadecuadas: algunas técnicas de cultivo facilitan la
erosión del suelo.
v Tala de
árboles e incendios forestales: al quitar la cubierta vegetal se
debilita el suelo.
v Compactación
del suelo: la
maquinaria pesada, así como el pisoteo del ganado, producen endurecimiento del
suelo.
v Sobreexplotación
del agua: en
nuestro país tiene especial relevancia la escasez de agua y la sobreexplotación
de recursos hídricos.
v Urbanización:
el
avance de las ciudades y el nacimiento de nuevas poblaciones inciden en la
degradación del suelo.
La desertificación
se entiende como una crisis climática, ambiental y socioeconómica que induce la
degradación de un recurso tan importante y difícil de regenerar, debido al
tiempo que tarda en formarse, como es el suelo. En el mundo 110 países están
amenazados o sufren este proceso. Se estima que 150 millones de personas corren
riesgo de sufrir desplazamientos motivados por este fenómeno, de las cuales la
mitad pertenece al continente africano. Es en este continente donde las
consecuencias son mayores: situaciones de escasez de agua, incremento del
riesgo de incendios, fomento de epidemias, pobreza, hambrunas y tensiones
sociales.
España es el
país de Europa más afectado por este fenómeno. Posee un gran número de zonas
calificadas de alto riesgo. El 27 % del territorio nacional se encuentra
afectado en distintos grados por este proceso, siendo las cuencas más
perjudicadas las del Guadalquivir, Guadiana, Segura, Júcar y zonas del Ebro.
La
especial sensibilidad de las tierras del Mediterráneo se debe sobre todo a la erosión,
a los incendios, a la explotación abusiva de aguas subterráneas, a
procesos de salinización, acidificación del suelo, contaminación y
urbanización. A esto, además, debemos añadir las precipitaciones
torrenciales, y los terrenos arcillosos. Hemos de tener en cuenta que en
ambientes áridos y semiáridos el suelo es un recurso no renovable, debido
a su gran fragilidad ecológica, y necesita largos periodos de recuperación.
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